Para quién escribo? me preguntaba el cronista, el periodista o simplemente el curioso.
No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote enfadado, ni siquiera para su alzado índice admonitorio entre las tristes ondas de música.
Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora (entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los impertinentes).
Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que corre por la calle como si fuera a abrir las puertas a la aurora.
O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza chiquita, mientras el sol poniente con amor lo toma, le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.
Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoren).
Esa niña que al pasar mem ira, compañera de mi aventura, viviendo en el mundo.
Y esa vieja que sentada en su puerta ha visto vida, paridora de muchas vidas y manos cansadas.
Escribo para el enamorado para el que pasó con si angustia en los ojos; para el que le oyó;para el que al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando preguntó y no le oyeron.
Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo escribo. Uno a uno, y la mochedumbre. Y para los pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin oírme, está mi palabra.
Vicente Aleixandre.
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