Bajando las escaleras de
República, se encontró al otro lado del anden a una mujer siendo asistida por un guardia vestido de casaca amarilla. Caminando lentamente por el pasillo no hacía más que mirar lo que estaba sucediendo
allá. La mujer era una tipa mas o menos de 30 años, alta, delgada, con un abrigo
cuadriculado y botas negras, al parecer estaba descompensada, el guardia la
sostenía de la cintura, frente a frente con el rostro
pálido de la dama que evidentemente no daba signos de lucidez, mientras que un
montón de
jóvenes dispersos por toda la plataforma
mantenían su
interés en sus cuadernos, otros internos en el ritmo de su
música con la vista perdida y finalmente unos pocos contemplaban
cuidadosamente de lejos lo que ocurría de manera que pasaran desapercibidos.
Se imaginó una salida en ayunas, una noche de sabanas sin protección, un ataque de estres, en fin, la mente no paraba de dibujar causas por las cuales la mujer ahora estaba indefensa dentro de un mundo tan poco humano como el de hoy, con un tipo de amarillo haciendo nada más que su trabajo, sin quizás ninguna intención verdadera y pura de auxiliar y definitivamente un cuerpo sin ganas de seguir el ritmo que requiere la cabeza.
Cuántas veces estamos desamparados frente a una realidad que a pesar de ser nuestra pareciera tan enemiga de todos, sin nisiquiera tener la certeza de encontrar una mano acogedora en un momento tan bochornoso como el que acababa de presenciar, y sin embargo seguimos cegados y convencidos de que los seres humanos sienten. "Los humanos creemos sentir, pero estamos lejos de reflejar el verdadero significado que tiene" decía mientras subía al vagón del metro, que acababa de entorpecer la triste imagen de un mundo tan poco solidario.